El trabajo me robó mis 20's

Jorge Pinto
6 min readApr 17, 2018

OK, lo siguiente es lo que más me hubiera gustado saber al terminar la universidad. Es algo que me hubiera ahorrado miles de horas de pensar y sobrepensar en mi carrera, mi futuro y mi posición en la escala social. Y es simple:

Nocierto.

No hay tal cosa como una buena estrategia para vivir. Es un error creer que alguien tiene éxito porque sabe lo que hace y cómo moverse en el mundo. Es un mito. Lo que parece una serie de buenas decisiones ajenas es en realidad un montón de fracasos y un ‘greatest hits’ de golpes de suerte.

Piénsalo. Cuando analizas la trayectoria de una persona exitosa, sólo tienes acceso a la información que la persona ofrece voluntariamente a la historia pública. Dentro de esa selección (como si fuera selección natural) sólo sobreviven los movimientos que rindieron frutos. El resto (los malos y los neutrales) se extinguen en la memoria de la persona a la hora de dar entrevistas o de escribir su autobiografía. Éste no es un proceso voluntario y no quiere decir que “los ganadores” se la pasen adornándose a propósito; es simplemente el modo en el que pensamos y recordamos las cosas. Dicho de otro modo: nadie sabe lo que hace… la gente sólo hace cosas y espera lo mejor.

En mi caso, todo empezó mal. Gracias a cómo está armada ahorita la sociedad occidental (y a lo que me decía de niño la televisión), se me pegó la idea de que si trabajaba mucho y creía en mí mismo iba a tener éxito en la vida. Lo cierto es que independientemente de cómo me esté yendo, el trabajo y la fe no han sido garantía de absolutamente nada. Muchas de mis mayores victoras han salido cuando peor me estaba moviendo y la mitad de mis fracasos sucedieron en las épocas en las que más ganas le estaba echando a todo. Llegó un punto en el que tuve que afrontar que básicamente estaba jugando a los dados en la vida.

Lo cierto es que ni siquiera el talento juega gran parte en esto. La naturaleza nos ha enseñado que “las diferencias en talento son mucho menores que la variabilidad de los resultados”. O sea, hemos estado creyendo demasiado en el rol que nuestras obras tienen sobre nuestro éxito, especialmente el económico. El éxito es en parte trabajo duro pero principalmente suerte y una mezcla de privilegios de nacimiento. Si Michael Jordan hubiera nacido en otro país no hubiera sido campeón de nada porque sólo en EEUU hay NBA. Si Donald Trump no huiera tenido un papá rico, nunca hubiera sido presidente porque no hubiera tenido los contactos ni los recursos para lanzarse. Si Guillermo del Toro fuera mujer no estaría ganando premios porque la industria del cine es intrínsicamente misógina. Ojalá todos lo aceptaran: ninguna persona notoria estaría donde está sin una serie de simples y tontos golpes de suerte, algunos históricos, algunos genéticos.

La ilusión de que la gente que está arriba se abrió camino con sus propias manos nos hace sentir inadecuados. Yo llegué a sentirme un perdedor cuando cumplí 21 porque Justin Timberlake ya era rico y famoso a esa edad. Qué oso. Además, tengo la misma edad que Mark Zuckerberg y pregúntenme cuántos imperios tecnomediáticos he fundado. Compararme con la gente “en la cima” fue uno de los peores errores que pude haber cometido. Sólo me hacía sentir mal porque mi vida no había dado los mismos giros que los de la gente hiper-exitosa.

Pero esto es bueno. Entender que sólo podemos influir en nuestro destino pero no trazarlo me quitó un gran peso de encima. Empecé a vivir como siempre, teniendo metas y trabajando por lo que quiero, pero ahora sabiendo que si me va bien o mal tiene que ver más con el clima (económico, político, social, metereológico) que con mis decisiones y mis acciones. Esto puede sonar deprimente para muchos, pero estoy seguro que tendrá un sentido positivo para quienes han surfeado la vida sin saber lo que hacen y aún así han tenido la suerte de acabar en una posición tan cómoda como para poder leer artículos en internet.

La respuesta a este vacío existencial, para muchos, es rendirse y dejar que la vida sólo suceda. Para muchos otros, es la adicción al trabajo.

Afrontémoslo ya: la promesa puritana de que sólo trabajando duro se logran las metas es un insulto para todas esas personas que han pasado su vida rompiéndose la madre sin frutos. Cada vez que te digan que sólo hay que chambear mucho para hacerla en la vida, recuerda que en la entrada del campo de concentración de Auschwitz había un letrero que decía “El trabajo te hará libre”.

Esto es, auténticamente, una locura. 32% de los workaholics tiene Déficit de Atención. 33% tiene ansiedad. 25% tiene Trastorno Obsesivo-Compulsivo. La adicción al trabajo y la creencia de que es la solución a nuestros problemas se está convirtiendo básicamente en una condición mental. Esto no es natural.

¿Es momento entonces de dejarlo todo y entregarnos a la hueva? Definitivamente no. Trabajar aumenta las probabilidades de que nos vaya bien. Después de todo, es obvio que si estamos todo el día echados en la cama viendo Netflix, eventualmente no vamos a poder pagar Netflix (a menos que tengamos padres ricos, como Trump).

El problema comienza cuando nos culpamos de todas nuestras limitaciones. En general, nos han enseñado a tratarnos muy mal y a echarnos demasiadas culpas. Y la solución, según la ciencia, es jugar más y hacerlo más en serio. Tener hobbies o practicar algo “inútil” está directamente relacionado con cómo nos va en la vida. Estamos naturalmente programados para ello. En otras palabras: sal a jugar freezbie como perro. La suerte se encarga de lo demás.

Esto puede ser muy difícil; llegar a experimentar lo que el Dr. Neil Fiore llama ‘juego sin culpas’. Tiempo libre en verdadera paz. Requiere de mucha energía, meditación y coraje. Pero cuando se obtiene, la vida, en mi experiencia, suele balancearse hacia ‘ligeramente tolerable’. Un cambio que siempre es bienvenido.

En una sociedad esperando éxitos inmediatos con historias memorables y mercadeables, es difícil renunciar por completo a la carrera de ratas y simplemente construir cosas con la incertidumbre de la exploración. Es posible mantener esta mentalidad; pero con procesos que requieren práctica, paciencia y mucho sentido del humor. Esto viene en la Guía para la Vida de Bart Simpson. Todo cambio sistémico necesita una reacción efectiva y cómica. Comic Relief… Al final, todo es mejor si no es tomado demasiado en serio.

Así que no queda nada más que jugar la carta joker y reírnos. Tenemos que aceptar que la situación global lo amerita. No nos sintamos culpables por ello. Recordemos que casi todo nos llegó por pura suerte. Y con suerte igual y podemos mejorarlo.

Pero quién sabe… y si ya no se pudo, pues ya no se pudo. O sea, nosotros qué.

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